Al llegar al predio Balsillas recibimos un abrazo fresco del clima montañoso acompañado de la misteriosa niebla que danzaba entre las cumbres. Con un poco de frío en la piel, pero con el calor del propósito que nos convocaba, nos adentramos en el lugar de la siembra escoltados por unos burros amables que llevaban a cuestas nuestras preciadas plántulas. Cada paso era una danza con la naturaleza, una oportunidad para apreciar la grandeza del entorno y para conectarnos con la tierra que nos acogió.
En el trayecto nos encontramos con la Quebrada Campos, el río de vida que da inicio a su camino entre las rocas y la vegetación exuberante. Su pureza y su color cristalino nos recordaron la importancia de proteger estos tesoros naturales, y así, con un salto ligero sobre sus aguas, continuamos nuestro camino hacia el destino final donde haríamos la siembra.
Una casa rústica de madera y cemento nos dio la bienvenida al predio, testigo silencioso de incontables historias y sueños compartidos entre sus paredes. Fue al levantar la vista cuando el verdadero espectáculo se reveló ante nuestros ojos: un plano infinito de verdor y vida, una promesa de renovación y crecimiento que palpaba en el aire con una energía pura y revitalizante, al frente teníamos a la majestuosa Cuchilla de Peñas de Blancas.
Entre charlas y reflexiones hicimos una pausa para honrar la vida en todas sus formas, para agradecer a la madre naturaleza por su generosidad y para recordar que somos parte de un todo interconectado que merece ser protegido y cuidado con dedicación. Y así, con el corazón rebosante de gratitud, nos sumergimos en la tarea sagrada de sembrar vida, donde niños y adultos nos unimos en un acto de amor hacia el planeta, dejando en cada hoyo cavado una semilla de esperanza y un compromiso de cuidado y respeto hacia nuestro hogar común.
El predio Balsillas se convirtió entonces en algo más que un lugar físico; se transformó en un símbolo de unidad y esperanza, un recordatorio de que juntos, con pequeños gestos y grandes sueños, podemos construir un futuro más verde y sostenible para las generaciones venideras. Entre risas y canciones abrazados por la naturaleza, dimos un paso más hacia un mundo donde el equilibrio entre la humanidad y la tierra es posible, donde cada árbol plantado es un acto de amor y cada gota de agua es un motivo de vida.
Estos 1.200 guerreros que ahora se unen a un ejército de protectores del medio ambiente, quedaron ubicados en el predio donde nace la Quebrada Campos, un recurso del que comunidades productoras, familias campesinas, acueductos veredales, centros poblados de los municipios de El Colegio y Anapoima, así como el casco urbano de este último, nos abastecemos.
Al final, arrancamos nuestro viaje de regreso hacia La Victoria, en El Colegio, renovados y motivados para seguir con el overol puesto por nuestro medio ambiente y expectantes de cuándo será la siguiente jornada.